miércoles, 28 de diciembre de 2011

Bajo las jetas más puercas

Erdosain se imaginó que la Coja lo miraba, y él, con un tono aburrido, continuó:
–Al lado del viejo edificio de «Crítica», en la calle Sarmiento, había una fonda.
Hipólita levantó los ojos como interrogándolo, de pronto, entre el traqueteo infernal de los coches
al cruzar las entrevias de Caballito, Erdosain se imaginó que era un personaje que había vivido como un bandido, pero que ya se había regenerado, y entonces continuó diciéndole a su interlocutora invisible:

–Y allí se reunían vendedores de diarios y ladrones.
–¿Ah, sí?
El patrón, para evitar que los tumultos formados por esta canalla terminaran de romperles los
cristales de los escaparates, tenía bajadas continuamente las cortinas metálicas.
La luz entraba al salón por los vidrios de la banderola teñidos de azul, de forma que en esa
leonera de muros pintados de gris como los de una carnicería turca, flotaba una oscuridad que tornaba lechosa la humareda de los cigarros.
En aquel cubo sombrío, de techo cruzado por enormes vigas, y que la cocina de la fonda inundaba de neblinas de menestra y de sebo, se movía el tumulto oscuro, una «merza» de ladrones, sujetos de frentes sombreadas por las viseras de las gorras y pañuelos flojamente anudados en el escote de lascamisetas.
De once a dos de la tarde se apeñuscaban en torno de las grasientas mesas de marmol, para
chupar conchas de almejas podridas o jugar a los naipes entre vasos de vino.
En aquella bruma hedionda los semblantes afirmaban gestos canallescos, se veían jetas como
alargadas por la violencia de una estrangulación, las mandíbulas caídas y los labios aflojados en forma de embudo; negros de ojos de porcelana y brillantes dentaduras entre la almorrana de sus belfos, que le tocaban el trasero a los menores haciendo rechinar los dientes; rateros y «batidores» con perfil de tigre, la frente hundida y la pupila tiesa.

Un vocerío ronco vomitaba estos racimos espatarrados en los bancos y acodados a los mármoles, entre los que se deslizaban los «lanceros», de traje adecentado, cuello flojo, chaleco gris y hongos de siete pesos. Algunos acababan de salir de Azcuénaga y daban noticias de los nuevos presos transmitiendo mensajes, otros para inspirar confianza, gastaban anteojos de carey, y todos al entrar soslayaban el antro con rapidísimas miradas. Hablaban en voz baja, sonriendo convulsivamente, pagando botellas de cerveza a extraños compinches y salían y entraban varias veces en un cuarto de hora, llamados por misteriosas diligencias. El amo de esta caverna era un hombre enorme, cara de buey, ojos verdes, nariz de trompeta y apretadísimos labios finos.

Cuando se encolerizaba sus rugidos sobresaltaban a la canalla, que le temía. Se manejaba con ésta utilizando una violencia sorda. Un perdulario hacía más escándalo del tácitamente tolerado, y de pronto el fondero se acercaba, el bullanguero sabía que el otro le pegaría, pero aguardaba en silencio, y entonces el gigante descargaba con el filo del puño terribles golpes cortos en el borde del cráneo del culpable.
Un enmudecimiento gozoso acompañaba al castigo, el desgraciado era lanzado a la calle a
puntapiés, y el vocerío se renovaba más injurioso y resonante, desplazando nubes de humo hacia el vidriado cuadrilátero de la puerta. A veces a esta leonera entraban músicos ambulantes, frecuentemente un bandoneón y una guitarra.
Afinaban los instrumentos y un silencio de expectativa acurrucaba a cada fiera en su rincón,
mientras que una tristeza movía su oleaje invisible en esa atmósfera de acuario

El tango carcelario surgía plañidero de las cajas, y entonces los miserables acompasaban
inconscientemente sus rencores y sus desdichas. El silencio parecía un monstruo de muchas manos que levantara una cúpula de sonidos sobre las cabezas derribadas en los mármoles. ¡Quizás en lo que pensaban! Y esa cúpula terrible y alta adentrada en todos los pechos multiplicaba el langor de la guitarra y del bandoneón, divinizando el sufrimiento de la puta y el horrible aburrimiento de la cárcel que pincha el corazón cuando se piensa en los amigos que están afuera «escorzándose» hasta la vida.
Entonces en las almas más letrinosas, bajo las jetas más puercas, estallaba un temblor ignorado; luego todo pasaba y no había mano que se extendiera para dejar caer una moneda en la gorra de los músicos.

–Allí iba yo –le decía Erdosain a su interlocutora hipotética–. En busca de más angustia, de la
afirmación de saberme perdido y a pensar en mi esposa que sola en mi casa sufriría de haberse casado con un inútil como yo. Cuántas veces, arrinconado en esa fonda, me la imaginé a Elsa fugitiva con otro hombre. Y yo caía siempre más abajo, y ese antro no era nada más que el anticipo de lo peor que había de ocurrirme más adelante. Y muchas veces, mirando a esos miserables, me decía: ¿No llegaré a ser como uno de éstos? Ah, yo no sé cómo, pero siempre he tenido el presentimiento de lo que más adelante ocurriría. No me he equivocado nunca. ¿Se da cuenta usted? Y allí, en la caverna, lo encontré un día meditando a Ergueta. Sí, a él mismo. Estaba solo en una mesa, y algunos diarieros lo miraban con asombro, 
aunque otros debían creer que era un ladrón bien vestido, nada más.

Extraido de "Los Siete Locos" de Roberto Arlt - 1929



Sarmiento y la cortada Carabelas, a esta altura de la calle Sarmiento (800) se ubico el viejo edificio del diario Critica de Natalio Botana hasta 1920, luego el diario se mudaría al edificio que mando a construir Botana en Av. de Mayo 1333. Hoy en el funciona la Superintendencia de Administración de la Policía Federal Argentina.


La fonda a la que se refiere Arlt es la denominada "El Puchero Misterioso" donde solian pasar sus ratos Raúl Gonzales Tuñón, Carlos de la Púa y el mismo Arlt entre tantos otros ilustres entremezclados con los canillitas, chorros, pungas y reos. Alli se inspiró De la Púa para escribir La Crencha Engrasada editada en 1916, libro fundamental de nuestro lunfardo.


Fuente: Propia

domingo, 4 de diciembre de 2011

Milong(A) Para Severino




Severino
Milonga
Música: Pablo Bernaba
Letra: Osvaldo Bayer
Severino; Severino aquel héroe ya olvidado.
Fueron los milicos que te fusilaron
Severino, Severino el pueblo lloró tu muerte
en los años treinta sobre aquel amanecer.

Severino, con tu lucha hasta la muerte
muy enamorado de tu América,
la bella muchacha,
muchachita que siempre esperó y seguirá esperando.
Severino, libertario... dinamita y corazón.
En los años treinta... sobre aquel amanecer.
En los años treinta... siempre te verán volver.

Severino con tus libros y con tu palabra impresa
con todas las armas luchaste por un ideal
y caíste ante el tirano defensor de aquel sistema.
En los años treinta sobre aquel amanecer,
en los años treinta... siempre te verán volver.

En los años treinta sobre aquel amanecer,
en los años treinta... siempre te verán volver.