lunes, 21 de noviembre de 2011

En un jonca de atorrantes... Rivero, Saavedra y la leyenda de "El Cajón"



Al final de Cabildo no estaba todavía el puente de la Gral. Paz pero si el del ferrocarril. Allí es donde se alzaba el famoso boliche donde llegaban, ya atardecido, carreros y malandras, guitarreros y cantores. Entre los servicios gratuitos de la casa estaba el de un campana en la vereda que, a su tiempo, avisaba a los parroquianos interesados en el dato la posible llegada de la autoridad. Entonces, como en el atletismo, pero sin otra señal salían uno, dos, o diez tipos batiendo el record de los cien metros. Esa debía ser más o menos la distancia con el límite provincial. Aunque parezca raro los perseguidos podían en aquellos años pararse del otro lado y estar a salvo de la patrulla. Incluso, algunas veces, hasta tomarla para la cachada.

 Con el tiempo ese famoso boliche se reconstruyó, pero para recibir un nombre famoso que aun perdura entre los viejos vecinos del barrio: “El Cajón”. Se dice que el dueño de la propiedad fue dado por muerto con certificado medico y todo. Hubo velorio normal, salio el cortejo y, al llegar a Chacarita, parece que el féretro entro a moverse con gran escándalo general. El cura pidió destape y allí salio, hablando pavadas, un finado que solo había estado cataléptico. O distraído, vaya a saber. El caso es que, en agradecimiento, el hombre que era pudiente, mando a construir esa extraña casa que reemplazo a la del antiguo boliche. Tenia (y tiene) forma de ataúd, pero acaso solo se nota bien desde arriba. Lo han disimulado un poco para no impresionar a los clientes de los negocios que hubo después, ahora creo que hay una parrilla de nombre suizo, con fiambres sin problemas y buenos churrascos de ternera bien muertos.

 Pero lo que importa contar es que, desde “El Cajón” hasta mi casa y desde allí hasta Palermo solía andar yo, bastante antes de mis dieciocho, probándome como guitarrista y cantor. El edicto sobre menores regia igual que ahora pero no solo en “El Cajón” solía saberse un rato antes la venida de la “la requisa”. Mis padres, por supuesto, no se enteraban de mis andanzas y cuando por fin las sospecharon les vi la preocupación pero no demostraron enojo ni tristeza.
 Yo salía sin la guitarra porque en aquellos tiempos había violas en todos los boliches y en casi todas las casas de criollos. Mas difícil les debe haber resultado a los fueyeros como Vicente Greco o el mismo Osvaldo Fresedo que, también por los quince o dieciséis años tenían las mismas ilusiones y andaban en las mismas escapadas, pero teniendo que cargar casi siempre la jaula.

 La guitarra tenía un prestigio que le daban los siglos y que, al fueye todavía se le negaba. Hasta los propios bandoneonístas solían ser mal catalogados por su sola elección de instrumento, como en el caso del precursor Arolas cuyo prontuario policial dice: “Aspecto social: compadrito. Ocupación: empleado de un despachante de aduana”. Con un agregado como de alarma “PERO TOCA EL BANDONEON”.

Fuente: Transcrito por mi del libro "Una Luz de Almacén" de Edmundo Rivero


 Edificio donde se ubicaba el boliche "El Cajón"
 en la actualidad funciona "La esquina del neumático"

CAJON DEL MUERTO (asi lo llamaban hace muchos años,por la forma)

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